Este tema, muy delicado, siempre genera controversias pero en mi opinión se aborda habitualmente con el corazón y pocas veces con la cabeza. Vemos, sobre todo en estos tiempos recientes de proclamas partidistas, un montón de argucias y pocos argumentos a favor de determinados servicios públicos (curiosamente, no en contra). En mi opinión, es de un maniqueísmo exacervante, donde únicamente se entienden estos servicios como buenos y nadie matiza o retoca un tema que si algo tiene, es un montón de puntos de vista. Permitidme que introduzca mis argumentos con un ejemplo reciente.
Recientemente acompañé a Juan en su periplo por el Hospital Gallego Universitario (el CHUS), en Santiago de Compostela, se tenía que operar y era 31 de diciembre, huy!!! No era una operación compleja, pero si perentoria, que se complicaba linealmente en función del tiempo de espera y de forma grave.
Así las cosas nos internaron en urgencias y tardaron unas 24 horas en operarlo aunque venia pre-diagnosticado por su médico de cabecera. Lo curioso es que la única información importante la dio un médico que nos contó cómo sería la operación, nos pidió que firmásemos la exención de responsabilidades y ahí se quedó todo por 20 horas más. Nos hinchamos a preguntar que cuando nos subirían a nuestra habitación, para cuando la operación, etc.,… Nadie sabía nada, ni cuántos médicos disponibles, ni que sucedía, ni para cuando, en definitiva no hay ya maniobra posible, o esperas o te vas a otro sitio, pero no sabrás que ocurre, porque nadie se ocupa de esa tarea, te dicen que preguntarán, que no es su función, pero nadie te informa, para que tú decidas qué te conviene. Sin embargo, ocurren cosas curiosas:
- Vas a preguntar a un mostrador y el personal levanta la vista desde su móvil, te mira como si le estuvieras molestando y nada, no sabe, que esperes al médico.
- Te contestan que lo van a preguntar, pero no te informan del resultado de la consulta.
- Una hora más tarde aparece un joven médico, residente probablemente, nadie se identifica. Te vuelve a contar el rollo de la operación como si fuese un examen de la carrera.
Lo curioso es que un empleado de esta empresa, no se inmuta frente a sus clientes, los pacientes, ni frente a los contribuyentes. Es como si estuvieses en su Casa, donde tú debes cumplir normas, por supuesto aleatorias, porque puedes deambular por todas partes y a cualquier hora hasta que alguien te llame la atención, que puede suceder en cualquier momento y por cualquier motivo, y ellos tienen obligaciones inescrutables, que por supuesto, tú no entiendes. Sin embargo, no hay ningún servicio encargado de darte la bienvenida a ese centro, de contarte las normas, de informarte de lo que ocurre, de presentarte alternativas para que decidas, simplemente es un mar proceloso e irreverente, donde todo se funde, la ignorancia es un agravante, y el mundo de los contactos indeseables predomina y se adelanta, configurando las prioridades en un mundo de desconocimientos del proceso lógico que mana de tus derechos como paciente. Por eso a nadie le interesa dar detalles, programar o prever lo que te va a pasar, así tú no sabes. Es fácil decir que está ocurriendo algo excepcional, que la vida está en juego o que lo tuyo es necesariamente postergable, como si lo que sucede allí en esos momentos, no sucede habitualmente o la Empresa no está preparada para ello, siempre lo que sucede parece una excepción imposible de predecir. Este maremágnum de desinformación solo produce desazón y solo favorece la incompetencia, como esos trabajadores que móvil en mano alternan pacientes con wasás.
Esta fase, la preoperatoria, que acumula minutos en una espera desinformada y peligrosa, acerca el problema de Juan a las consecuencias de no operarlo de inmediato, ya que sus síntomas de 36 horas, indican una peligrosa evolución de su enfermedad.
Curiosamente, de repente, nos dicen que hay habitación ya! que de inmediato nos suben y que en el día se le operará, motivo “hay dos operaciones muy importantes en marcha”. Tres horas después nos suben a una habitación. Es curioso que nos hayan hecho ver que la incómoda ocupación de un espacio en la zona de urgencias se debe a la falta de habitación en planta, cuando al llegar vemos que media planta está desocupada, se palpa la despreocupación, la falta de previsión. Una o dos horas más y lo operan. Suponemos que nuestras quejas y algún aviso soslayado de que esto está durando más de lo recomendable apuran las decisiones de no se sabe quién, debe ser aquel concepto franquista de “la Superioridad”.
Viene la noche y por supuesto, nadie se ocupa de quien eres, cuanta gente hay en la habitación, quien entra y sale, ni tampoco te informan de que van a hacer o lo hacen aleatoriamente, es decir alguien te dice: “voy a ponerle un calmante”, pero en general nada.
La noche transcurre con Juan en un posoperatorio tranquilo, a no ser por el ataque cruel de la enfermera que entra en la habitación como un elefante en una cacharrería unas seis o siete veces, atacando la puerta con furia y dejando sistemáticamente la puerta abierta y la luz encendida. Por supuesto no saluda a ninguno de los dos que estamos en la habitación, no dice que hace ni porqué. Pero lo inentendible es que nos sobresalte con sus maneras y nos despierte, sobre todo a Juan que lleva casi tres días sin comer, con dolor y a medio dormir. Por supuesto el desorden llama la atención. Esa separación entre empleado y paciente hace ver que cualquiera con una bata puede medicar a cualquier paciente sin problemas, suponemos que tampoco se vigila con video, ya que no hay carteles que lo indiquen, en fin el hecho de que en cualquier parte del hospital, muchos empleados transiten con camisetas que ponen en letras de molde, “solo para usar en zona quirúrgica” no sorprende a nadie.
Por la mañana, y ante la perspectiva de que la próxima noche suceda lo mismo, me digo, ármate de educación y diles por favor que Juan padece Lagoftalmia, duerme con los ojos semiabiertos, y que por favor tengan en cuenta eso y apaguen siempre la luz y cierren la puerta, ya que de lo contrario no descansa correctamente y lo necesita. Pobre de mí, esperaba un, “no se preocupe, así lo haremos, claro o un qué se yo amable y considerado” me dice, “Pues yo he cerrado la puerta y apagado la luz todas las veces”, en fin, excusatio non petita acusatio manifiesta. Ya contesto “pues No, eso lo he hecho yo cada vez que ha entrado en la habitación” Cuando me iba, me hizo volver y me dice: “eso lo hago para no tener que abrir la puerta cada vez y así no despertarlo”, ¡vaya! ¿que cosas pasan, como no habría caído yo en eso?
Por otro lado, abundando en las buenas maneras y esa atención exquisita, hemos tenido que limpiar nosotros el agua de la ducha que se escurría hacia la habitación, porque se ve que no era función de la persona que limpia la misma. He recibido un correctivo verbal al sentarme en la silla de la cama vacía de la habitación porque si hay que subir a alguno de esos que lleva 24 horas esperando, hay que mandar a alguien a limpiar (no se sabe qué habré manchado). Me han echado al grito de salga, para hacer la cura, sin pensar que puede que deba estar o que simplemente Juan lo quiera. Nunca he oído un ¿hola, cómo está?, buenas noches o ¿desea algo?, es como si fueras un trapo, que contrasta con la nota que se adjunta. Qué curioso! Única imagen a insertar en el blog, las normas que pegadas a la puerta, hay en cada una de las habitaciones. Sobran las palabras.
No es criticar por criticar, quizá no use esa prerrogativa del compadreo, tan al uso en nuestra Galicia para adelantar unos puestos y conseguir que releguen a alguien para colarme a mí, pero ganas me dan de usarla para poner en la calle o incomodar a alguno de estos trabajadores indeseables que a saber lo que harán con el que conjuga humildad, falta de medios y dolor y asustado ve pasar sus males sin apoyo y sin una mísera información.
¿Y que me parece a mí? pues que no se pueden pedir servicios públicos cuando:
- Los que mandan y los que trabajan son de planetas diferentes, donde se ve claramente que el empleado campea por sus fueros malhumorado y alejado de su paciente, el objeto de su trabajo. Alguien que no considera un problema que su empresa no tenga un servicio de atención al paciente superpuesto a su labor, que la gente pastoree el hospital como si fuera un mercado de abastos, o que los carteles que informan al paciente en su relación con los empleados, debe ser leído por éstos también.
- A los que mandan no se les ve ni se les espera, no se percibe su presencia ni sus actos. Estoy seguro que alguien manda en este maremágnum de inversiones desaprove-chadas, en centros vacíos por las tardes, camas vacías y urgencias a rebosar. En este desconcierto donde los pacientes suman a sus problemas la imprevisión de quien les tiene que ayudar, donde nadie les ayuda a afrontar sus problemas con un mínimo de información, ya no digamos una asistencia social a quien se encuentra solo ante su dolor, sin compañía y sufriendo, alguien que atempere la fría crudeza del dolor.
Si la Empresa, funciona así, de qué manera se gestionarán los medios económicos que se destinan a este Servicio. Estará optimizado o tendrá más medios que nadie a fuerza de gastar dinero del erario público. Estaremos costeando un servicio caro a costa de limitar la oferta privada del mercado y por lo tanto el acceso a una sanidad mejor, o realmente esta es la única manera de cubrir las necesidades de atención sanitaria de nuestra sociedad.
No quiero decir con esto, que achatarren una sanidad pública en beneficio de otra privada. Hay muchas opciones válidas y un espacio tremendo para debatir. Pero desde luego, no se puede pedir a la ciudadanía que apoye una sanidad pública y luego vapulearlos como si no importasen o mostrarles una faceta de lo público que es aterradora, esa oligarquía funcionarial apoyada en la impunidad, que les permite hacer casi cualquier cosa. Esa sensación de fortuito y mala gestión que acompaña, mucho más frecuentemente de lo deseable, la función pública. Creo que para ya debería medirse a los funcionarios de una manera más democrática, ya está bien de dos varas de medir, ante el banal argumento de las Oposiciones, una para los trabajadores de este país y otra para los funcionarios, que al parecer es algo diferente a un trabajador. Se puede medir a los trabajadores de la Administración en las mismas condiciones que en la Privada y así, de paso también mediremos a sus gestores, los políticos.
Aquel que ante los hechos con los que no está de acuerdo, no se queja, acude a las elecciones, obturado de sentimientos y falto de debate ante las propuestas que nos deberían poner sobre la mesa los políticos, con sus argumentos.